Los lamentos del ingenio Dolores

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Entre una cordillera de palmas reales, cañaverales y cafetales, sobre suelo llano, se empinaba la Torre de cuatro secciones y escalera de caracol, en su interior, para subir hasta el campanario en el siglo XIX.

Desde allí el centinela insomne oteaba el horizonte, presto a tocar a arrebato si ocurría la huida de un esclavo, la proximidad de una partida de bandoleros  o de una tropa del Ejército Libertador.

Algunos dicen que es la hermana menor de la torre del ingenio Manaca-Iznaga, aquella que aún asombra al viajero en Trinidad, Sancti Spíritus. La de Caibarién ha tenido menos suerte en su conservación, clama por ser restaurada, porque la desidia de los hombres y el paso implacable del tiempo pueden  borrar su silueta para siempre. 

Su historia, a veces leyenda, perdura en el imaginario popular. Se habla de ruidos, de lamentos, de cadenas arrastradas que se escuchan en las noches, como si los antiguos esclavos, hacedores de las riquezas, hubiesen resucitado y regresaran para vengarse de los sufrimientos y tormentos que vivieron por órdenes de sus amos.

Uno los imagina cabizbajos, sudorosos, bajo el sol inclemente, con la guataca y el azadón en extenuantes jornadas. El inicio y fin de cada una de ellas era avisado por el repique que sonaba en lo más alto de la torre. Eran tiempos en que algunos preferían suicidarse o huir a los montes para evitar los horrores de la sumisión.  

Cerca, en una cueva del cerro de Guajabana, llamado por los marinos Caja del muerto, estuvo oculto  el más famoso entre quienes optaban por el riesgo de escapar: Esteban Montejo, el cimarrón de la novela testimonio escrita por Miguel Barnet.

Los esclavos, además de trabajar en la producción azucarera, debían realizar otras tareas que podemos inferir gracias al historiador español Jacobo de la Pezuela, quien en su Diccionario geográfico, estadístico, histórico, de la isla de Cuba escribió sobre el partido de Caibarién: “En las haciendas, ingenios y sitios de labor se cosechan arroz, frijoles, plátanos, raíces alimenticias, forrajes y tabaco, y se recoge bastante cera y miel”.

Para exportar el azúcar y miel de purga, el dueño del ingenio Dolores usaba una vía férrea que llegaba hasta el puerto de Caibarién, este poblado había sido fundado el 26 de octubre de 1832. Yuntas de bueyes halaban los carros por el camino de hierro. Desde el embarcadero podían, asimismo, viajar en barcos de vapor hacia La Habana, Sagua la Grande, Cárdenas y Nuevitas. También, desde el 14 de abril de 1851, se disponía de un ferrocarril que conectaba a Caibarién y Remedios.

La torre, una reliquia que puede seguir aportando a la economía. Foto: Carlos Sebastián.

Primeros tiempos

El ingenio Dolores pertenecía al Partido de  Caibarién, jurisdicción de San Juan de los Remedios, en el siglo XIX. Hoy sus ruinas están en la demarcación del municipio Caibarién, próximo a la carretera de esta ciudad en el trayecto hacia Yaguajay. La fecha exacta de su fundación no  se conoce. Solo es sabido que el primer dueño fue José M. Vissinay. 

La hacienda tenía más de  200 caballerías de tierra (más de 77.27 km²).  En 1854 un incendio afectó la industria. Seis años después, Juan González Abreu, capitán del Cuerpo de Voluntarios, quien también fue Juez de Paz y Alcalde Mayor suplente de Remedios, compró la fábrica y logró recuperar poco a poco su antiguo esplendor. Edificó una casa vivienda, descrita así por la investigadora Rita María Argüelles:

“La casa del ingenio construida en 1872, con muros de mampostería y cubierta de madera preciosa y teja criolla; planta casi cuadrada, patio claustral con corredores cobertizos y columnas de sección cuadrada ochavadas, parámetros de mampuesto, portal de tejas que apoyan en columna piramidales, puertas central y otras varias de cuarterones y tornería sencilla, vanos adintelados y de medio punto, algunos con derrames, careciendo de cubierta la segunda crujía.”

La torre del ingenio Dolores, cerca de Caibarién, edificada en el siglo XIX. Foto: Carlos Sebastián.

Durante las guerras independentistas

Para defenderse de los ataques de tropas insurrectas, el dueño, muy comprometido con las autoridades españolas, erigió un fuerte, de paredes de piedra y techo en bóveda. Las aspilleras servían para disparar desde buen resguardo.

Su precaución no era infundada ya que el 20 de julio de 1869 el ingenio fue asediado por combatientes del Ejército Libertador. Aunque no pudieron tomar la casa vivienda, defendida con fiereza por dos señores de apellidos Palacios y Valdés, auxiliados por soldados, sí se llevaron provisiones. 

El dueño  huyó despavorido hacia Remedios. Tal vez temía ser ejecutado, pues el Cuerpo de Voluntarios de Caibarién, ese año, había asesinado alevosamente, cuando iba a ser trasladado a Remedios, al patriota Francisco María Jiménez, médico muy reconocido en toda la comarca por ser un hombre de bien.

La fábrica sobrevivió a la Guerra de 1868-1878, suceso casi milagroso, pues es conocido los efectos devastadores de la tea incendiaria, aplicada por los insurrectos. En la zafra de 1888-1889 produjo 2680 sacos de azúcar y en la cosecha siguiente 4028. La última molienda la hizo en 1894. Se dice que estaba en un proceso de modernización cuando se reanudaron las independentistas, el 24 de febrero de 1895.

A pesar de que ya estaba inactivo, la columna dirigida por el General de Brigada José González Plana, descendiente de esclavos africanos y jefe militar de la región de Remedios, atacó con un cañón y fuego de infantería la fábrica el 1ro. de enero de 1897, pero no causaron daños a la estructura.

La casa vivienda del ingenio Dolores, cerca de Caibairén, en peligro de extinguirse, a pesar de sus valores patrimoniales. Foto: Carlos Sebastián.La casa vivienda del ingenio Dolores, edificada en 1872. Foto: Carlos Sebastián.

Terminó en Japón

Después de finalizado el conflicto armado, el ingenio tuvo varios dueños. El Mayor General José Miguel Gómez en su época de Gobernador civil de la provincia de Las Villas se interesó en comprarlo, pero el precio era tan elevado que desistió de su intención. 

La maquinaria en desuso se oxidaba. Parecía que el destino de aquel amasijo metálico era quedar como testigo mudo de una etapa de magnificencia económica. Sin embargo, un comerciante adquirió todo el hierro de la industria y lo vendió, en 1934, a Japón, país que desarrollaba en aquel tiempo su industria bélica y lo empleó como materia prima para fabricar armamento. 

Las ruinas del ingenio, ubicadas aproximadamente a 10 kilómetros de Caibarién, la Villa Blanca, por sus valores culturales, pudieran seguir aportando a la economía, si se incluyera un recorrido, después de su restauración, en las ofertas extra hoteleras que se brinda a los turistas en el polo de la Cayería norte, de la provincia de Villa Clara. Una mirada al pasado y los paisajes, desde la torre centenaria, atraería al viajero, ávido de bellezas y conocimientos. 

Foto: Carlos Sebastián.

Fuentes:

Jacobo de la Pezuela: Diccionario geográfico, estadístico, histórico, de la isla de Cuba, El Siglo, La Habana, 1863.

Rita María Argüelles: «Una mirada al patrimonio industrial de Caibarién», Revista Arquitectura y Urbanismo, Vol. XXX, Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría, La Habana, 2009.

Manuel Martínez Escobar: Historia de Remedios (Colonización y desenvolviendo de Cuba), Jesús Montero, editor, La Habana, 1941.

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